Si mi voz muriera en tierra
Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela!
Funerales
¡Pescadores, pescadores, lanzad el arpón al viento y en banderas sin colores izad vuestro sentimiento!
Lloren los ojos del puente las aguas de treinta ríos; que el puño de la corriente rompa en el mar los navíos.
¡Lampiños guardias marinas, que alegres guardáis las olas, giman las negras bocinas y callen las caracolas!
¡Marineras, marineras, mujeres del aire frío, regad vuestras cabelleras negras por el playerío!
¡Sal hortelana del mar, flotando, sobre tu huerto, desnuda, para llorar por el marinero muerto!
Llueve sobre el agua, llueve nieve negra de alga fría. Entre glaciares de nieve, abierta, la tumba mía.
¡Funerales de las olas! ¡El viento, en los arenales! Entre apagadas farolas se hunden mis funerales.
Se equivocó la paloma
Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo; que la noche, la mañana. Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío; que la calor; la nevada. Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama.)
El mar
El mar. La mar. ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá?
Sola
La que ayer fue mi querida va sola entre los cantuesos. Tras ella, una mariposa y un saltamonte guerrero.
Tres veredas: Mi querida, la del centro. La mariposa, la izquierda. Y el saltamonte guerrero, saltando, por la derecha.
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Elegía del niño marinero
Marinerito delgado, Luis Gonzaga de la mar, ¡qué fresco era tu pescado, acabado de pescar!
Te fuiste, marinerito, en una noche lunada, ¡tan alegre, tan bonito, cantando, a la mar salada!
¡Qué humilde estaba la mar! ¡Él cómo la gobernaba! Tan dulce era su cantar, que el aire se enajenaba.
Cinco delfines remeros su barca le cortejaban. Dos ángeles marineros, invisibles, la guiaban.
Tendió las redes, ¡qué pena!, por sobre la mar helada. Y pescó la luna llena, sola en su red plateada.
¡Qué negra quedó la mar! ¡La noche qué desolada! Derribado su cantar, la barca fue derribada.
Flotadora va en el viento la sonrisa amortajada de su rostro. ¡Qué lamento el de la noche cerrada!
¡Ay mi niño marinero, tan morenito y galán, tan guapo y tan pinturero, más puro y bueno que el pan!
¿Qué harás pescador de oro, allá en los valles salados del mar? ¿Hallaste el tesoro secreto de los pescados?
¡Deja, niño, el salinar del fondo, y súbeme al cielo de los peces y, en tu anzuelo, mi hortelanita del mar!
Sueño del marinero
Yo, marinero, en la ribera mía, posada sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía,
sueño ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares al sol ardiente y a la luna fría.
¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares islas del norte! ¡Blanca primavera, desnuda y yerta sobre los glaciares,
cuerpo de roca y alma de vidriera! ¡Oh estío tropical, rojo, abrasado, bajo el plumero azul de la palmera!
Mi sueño, por el mar condecorado, va sobre su bajel, firme, seguro, de una verde sirena enamorado,
concha del agua allá en su seno oscuro. ¡Arrójame a las ondas, marinero: -Sirenita del mar, yo te conjuro!
Sal de tu gruta, que adorarte quiero, sal de tu gruta, virgen sembradora, a sembrarme en el pecho tu lucero.
Ya está flotando el cuerpo de la aurora en la bandeja azul del océano y la cara del cielo se colora
de carmín. deja el vidrio de tu mano disuelto en la alba urna de mi frente, alga de nácar, cantadora en vano
bajo el vergel azul de la corriente. ¡Gélidos desposorios submarinos, con el ángel barquero del relente
y la luna del agua por padrinos! El mar, la tierra, el aire, mi sirena, surcaré atado a las cabellos finos
y verdes de tu álgida melena. Mis gallardetes blancos enarbola, ¡Oh marinero!, ante la aurora llena
¡y ruede por el mar tu caracola!
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