A Través de Mis Ojos

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Pablo Neruda

Poeta chileno. Nace en 1904 bajo el nombre de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto. Su madre murió poco después de su nacimiento. En el transcurso de su vida conoce a otros grandes de las letras, como Gabriela Mistral y a través de su carrera diplomática conoce a Federico García Lorca y a Rafael Alberti. Obtiene el Premio Nacional de Literatura en 1945 y en 1971 es galardonado con el Premio Nóbel de Literatura. Muere en Santiago de Chile el 23 de septiembre de 1973. Entre sus obras más conocidas podemos mencionar: crepusculario (1923), 20 poemas de amor y una canción desesperada (1924) y Confieso que he vivido (publicación póstuma en 1924).

Poema 20

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 


Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»


El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
 
 

La canción desesperada



Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.



Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!



Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!



En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.



Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!



Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.



Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!



En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!



Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!



Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.



Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.



Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.



Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.



Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.



Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!



Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.



Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.



Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.



Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.



Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.



Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!



Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!



De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.



Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.



Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!



Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.



El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.



Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.



Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.



Es la hora de partir. Oh abandonado!

Jardín del invierno
 

Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones
.

 

Barcarola

Si solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro, con sonido de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste;
si tú soplaras en mi corazón, cerca del mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado, a la orilla del mar, llorando.

Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola,
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.

Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.

Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto
o una botella echando espanto a borbotones.

Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.

¿Quieres ser fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado són, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.

Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y sonando.

En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.

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