Ruinas
Memorias venerandas de otros días, soberbios monumentos, del pasado esplendor reliquias frías, donde el arte vertió sus fantasías, donde el alma expresó sus pensamientos.
Al veros ¡ay! con rapidez que pasma por la angustiada mente que sueña con la gloria y se entusiasma la bella historia de otra edad luciente.
¡Oh, Quisqueya! Las ciencias agrupadas te alzaron en sus hombros del mundo a las atónitas miradas; y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas la brisa que solloza en tus escombros.
Ayer, cuando las artes florecientes su imperio aquí fijaron y creaciones tuviste eminentes, fuiste pasmo y asombro de las gentes, y la Atenas moderna te llamaron.
Águila audaz que rápida tendiste tus alas al vacío y por sobre las nubes te meciste: ¿por qué te miro desolada y triste? ¿dó está de tu grandeza el poderío?
Vinieron años de amarguras tantas, de tanta servidumbre; que hoy esa historia al recordar te espantas, porque inerme, de un dueño ante las plantas, humillada te vio la muchedumbre.
Y las artes entonces, inactivas, murieron en tu suelo, se abatieron tus cúpulas altivas, y las ciencias tendieron, fugitivas, a otras regiones, con dolor, su vuelo.
¡Oh, mi Antilla infeliz que el alma adora! Doquiera que la vista ávida gira en tu entusiasmo ahora, una ruina denuncia acusadora las muertas glorias de tu genio artista.
¡Patria desventurada! ¿Qué anatema cayó sobre tu frente? Levanta ya de tu indolencia extrema: la hora sonó de redención suprema y ¡ay, si desmayas en la lid presente!
Pero vano temor: ya decidida hacia el futuro avanzas; ya del sueño despiertas a la vista, y a la gloria te vas engrandecida en alas de risueñas esperanzas.
Lucha, insiste, tus títulos reclama: que el fuego de tu zona preste a tu genio su potente llama, y entre el aplauso que te dé la fama vuelve a ceñirte la triunfal corona.
Que mientras sueño para ti una palma, y al porvenir caminas, no más se oprimirá de angustia el alma cuando contemple en la callada calma la majestad solemne de tus ruinas.
A la Patria
Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente, sobre tus hombros puso la bárbara crueldad; levanta ya del polvo la ensangrentada frente, y entona el himno santo de unión y libertad.
Levántate a ceñirte la púrpura de gloria ¡Oh tú, la predilecta del mundo de Colón! Tu rango soberano dispútale a la historia, demándale a la fama tu lauro y tu blasón.
Y pídele a tus hijos, llamados a unión santa, te labren de virtudes grandioso pedestal, do afirmes para siempre la poderosa planta, mostrando a las naciones tu título inmortal.
Y deja, Patria amada, que en el sonoro viento se mezclen a los tuyos mis himnos de placer; permite que celebre tu dicha y tu contento, cual lamenté contigo tu acerbo padecer.
Yo vi a tus propios hijos uncirte al férreo yugo, haciéndote instrumento de su venganza cruel; por cetro te pusieron el hacha del verdugo, y fúnebres cipreses formaron tu dosel.
Y luego los miraste proscritos, errabundos, por playas extranjeras llorosos divagar; y tristes y abatidos los ojos moribundos te ví volver al cielo cansados de llorar.
Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago lloré tu desventura, lloré tu destrucción, así cual de sus muros la ruina y el estrago lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares el arpa con que quise tus hechos discantar, porque al mirar sin tregua correr tu sangre a mares no pude ni un acorde sonido preludiar.
Mas hoy que ya parece renaces a otra vida, con santo regocijo descuelgo mi laúd, para decir al mundo, si te juzgó vencida, que, fénix, resucitas con nueva juventud;
que ostentas ya por cetro del libre el estandarte y por dosel tu cielo de nácar y zafir, y vas con el progreso, que vuela a iluminarte, en pos del que te halaga brillante porvenir;
que ya tus nuevos hijos se abrazan como hermanos, y juran devolverte tu angustia dignidad, y entre ellos no se encuentran ni siervos ni tiranos, y paz y bien nos brindan unión y libertad.
¡Oh Patria idolatrada! Ceñida de alta gloria prepárate a ser reina del mundo de Colón: tu rango soberano te guarda ya la historia, la fama te presenta tu lauro y tu blasón.
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El Ave y el Nido
¿Por qué te asustas, ave sencilla? ¿Por qué tus ojos fijas en mí? Yo no pretendo, pobre avecilla, llevar tu nido lejos de aquí.
Aquí, en el hueco de piedra dura, tranquila y sola te vi al pasar, y traigo flores de la llanura para que adornes tu libre hogar.
Pero me miras y te estremeces, y el ala bates con inquietud, y te adelantas, resuelta, a veces, con amorosa solicitud.
Porque no sabes hasta qué grado yo la inocencia sé respetar, que es, para el alma tierna, sagrado de tus amores el libre hogar.
¡Pobre avecilla! Vuelve a tu nido mientras del prado me alejo yo; en él mi mano lecho mullido de hojas y flores te preparó.
Mas si tu tierna prole futura en duro lecho miro al pasar, con flores y hojas de la llanura deja que adorne tu libre hogar.
La llegada del invierno
Llega en buen hora, mas no presumas ser de estos valles regio señor que en el espacio mueren tus brumas cuando del seno de las espumas emerge el astro de esta región.
En otros climas, a tus rigores pierden los campos gala y matiz, paran las aguas con sus rumores, no hay luz ni brisas, mueren las flores, huyen las aves a otro confín.
En mi adorada gentil Quisqueya, cuando el otoño pasando va, la vista en vano busca tu huella: que en esta zona feliz descuella perenne encanto primaveral.
Que en sus contornos el verde llano, que en su eminencia la cumbre azul, la gala ostentan que al suelo indiano con rica pompa viste el verano y un sol de fuego baña de luz.
Y en esos campos donde atesora naturaleza tanto primor, bajo esa lumbre que el cielo dora, tiende el arroyo su onda sonora y alzan las aves tierna canción.
Nunca abandonan las golondrinas por otras playas mi hogar feliz: que en anchas grutas al mar vecinas su nido arrullan, de algas marinas, rumor de espumas y auras de abril.
Aquí no hay noches aterradoras que horror al pobre ni angustia den, ni el fuego ansiando pasa las horas de las estufas restauradoras que otras regiones han menester.
Pasa ligero, llega a otros climas donde tus brumas tiendas audaz, donde tus huellas de muerte imprimas, que aunque amenaces mis altas cimas y aunque pretendas tu cetro alzar,
siempre mis aguas tendrán rumores, blancas espumas mi mar azul, mis tiernas aves cantos de amores, gala mis campos, vida mis flores, mi ambiente aromas, mi esfera luz.
Tristezas
(A mi esposo ausente)
Nuestro dulce primogénito, que sabe sentir y amar, con tu recuerdo perenne viene mi pena a aumentar.
Fijo en ti su pensamiento, no te abandona jamás: sueña contigo y, despierto, habla de ti nada más.
Anoche, cuando, de hinojos, con su voz angelical dijo las santas palabras de su oración nocturnal;
cuando allí junto a su lecho sentéme amante a velar, esperando que sus ojos viniese el sueño a cerrar,
incorporándose inquieto, cual presa de intenso afán, con ese acento que al labio las penas tan sólo dan,
exclamó como inspirado: "!Tú no te acuerdas, mamá? El sol ¡que bonito era cuando estaba aquí papá!"
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