A Través de Mis Ojos

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Pedro Mir
Nace en San Pedro de Macorís el 03 de junio de 1913. Poeta, ensayista, abogado e historiador dominicano, nombrado en 1984 Poeta Nacional.  Muere en Santo Domingo, el 11 de julio del 2000. Entre sus obras más conocidas figuran: Hay un país en el mundo, Si alguien quiere saber cuál es mi patria y Contracanto a Walt Whitman, esta última ha sido traducida al idioma inglés.

Hay un país en el mundo

Hay un país en el mundo
colocado en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente liviano,
como una ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas, o el día en los tejados.
Sencillamente frutal, fluvial. Y material.  
        Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad, con dos millones
suma de a vida y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles                               y tierra bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces es lo que he declarado.                                            
Hay un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar, cantando su franja propietaria.
Este amor quebrará su inocencia solitaria.  Pero no. Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles como frescas monedas azules, donde duerme un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar forcejeando
con su propia cosecha.
Este amor doblará su luminosa flecha.
Pero no. Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando entre los surcos su propiedad.
Este amor alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio muere y muerde descalzo
su polvo derruído,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien!  No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido.         Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.

No es eso solamente.
Faltan hombres para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los frío desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el líquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
"nuestros campos de gloria repiten"
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.

Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.

El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente pobre de población.
Pero no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo coraje
para hacer la canción.

Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana consiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente merte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.

¡Un dólar!  He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraidos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.

Y esa es mi última palabra.
Quiero oírla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.

Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
Donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.

Después no quiero más que paz.
Un nido de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.

Si alguien quiere saber cuál es mi patria  (Fragmento )
 
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
Y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene el sabor ultramarino
o si el clima le huele a primavera.
No la busque ni alargue sus pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas, o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.

Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque, no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguantadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.

No, no la busque,
Tendría que pelear por ella...

Contracanto a Walt Whitman

Yo, un hijo del Caribe, precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña y un obrero cubano,
nacido justamente y pobremente, en suelo quisquellano.
Recogido de voces lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablar a Walt Whitman.
Un cosmos, un hijo de Manhattan.
Preguntarán ¿quién eres tú? Comprendo.
Que nadie me pregunte quién es Walt Whitman.
irían a sollozar sobre su barba blanca.
Sin embargo, voy a decir de nuevo quien es Walt Whitman,
un cosmos, un hijo de Manhattan.

Hubo una vez un territorio puro.
Árboles y terrones sin rubricas ni alambres.
Hubo una vez un territorio sin tacha.
Hace ya muchos años. Mas allá de los padres de los padres
las llanuras jugaban a galopes de búfalos.
Las costas infinitas jugaban a las perlas.
Las rocas desceñían su vientre de diamantes.
Y las lomas jugaban a cabras y gacelas...

Por los claros del bosque la brisa regresaba
cargada de insolencia de ciervos y abedules
Que henchían de simientes los poros de la tarde.
Y era una tierra pura poblada de sorpresa.
Donde un terrón tocaba la semilla
Precipitaba un bosque de dulzura fragante.
Le acometía a veces un frenesí de polen
que exprimían los álamos, los pinos, los abetos,
y enfrascaban en racimos la noche y los paisajes.
Y era minas y bosques y praderas
cundidos de arroyuelos y nubes y animales.

(¡Oh, Walt Whitman de barba luminosa...!)
Era el ancho Far-West y el Mississippi y las Montañas
Rocallosas y el Valle de Kentucky
y las selvas de Maine y las colinas de Vermouth
y el llano de las costas y más... Y solamente
faltaban los delirios del hombre y su cabeza.
Solamente faltaban las palabras mío
penetrara en las minas y las cuevas
y cayera en el surco y besara la Estrella
Polar. Y cada hombre llevara sobre el pecho,
bajo el brazo, en las pupilas y en los hombros,
su caudaloso yo, su permanencia en sí mismo,
y lo volcara por aquel desenfrenado territorio.                            
Que nadie me pregunte quien es Walt Whitman.
A través de los siglos irían a sollozar sobre su barba blanca.
He dicho que diré y estoy diciendo quién era el infinito y luminoso
Walt Whitman, un cosmos, ¡un hijo de Manhattan!

Hubo una vez un intachable territorio puro.
Solamente faltaba que la palabra mío penetrara su régimen oscuro.
Sin embargo, el yo que iba a decirla estaba allí
pero cogido como un pez en su red de costillas.
Estaba pero interno, pero adusto y confinado
y amaba y deshojaba sus novias amarillas.
Afuera estaba el firme sistema de la Ley.
Estaba la celosa regulación de la conducta.
La ley del algodón, la Ley.
la Ley del algodón, la Ley del sueño,
la Ley inglesa, dura y definitiva.
Y apenas un breve yo surgía entre dos párpados,
se iluminaba el cumplimiento de la Ley.
Y entonces, cada cual derogaba su yo desestimado
entre el musgo, la sombra, la amapola y el buey.                              

Y un día
(¡Oh, Walt Whitman de barba insospechada...!)
al pie de a palabra yo
resplandeció la palabra Democracia. Fue un salto.
De repente el mas recóndito yo
encontró su secreto beneficio
Libertad de Trabajo. Libertad de Conciencia.
Libertad de Palabra. Libertad de Camino.
Libertad de aventura, proyecto y fantasía.
Libertad de fracaso, de amor, y de apellido.
Libertad sin retorno ni vértices ni ortigas.
Libertad de quererme y mirarme en su pupila.
Libertad de la dulce asamblea que tengo en mi corazón
contigo y con toda la infinita humanidad que rueda a través
de todas las edades, los años, las tierras, los países,
los credos, los horizontes... y fue la necesaria instalación de jubilo.
Las colinas desataron luceros y luciérnagas.
Las uvas se embriagaron de vino y de perennidad.
En todo el territorio se hizo la gran puerta de la oportunidad
y todo el mundo tuvo acceso a la palabra mío.                                 

¡Oh, Walt Whitman de barba sensitiva era una red al viento!
Vibrada y se llenaba de encendidas figuras
de novia y donceles, de bravos y labriegos,
de rudos mozalbetes, camino del riachuelo,
de guapos con espuelas y mozas con sonrisa,
de marchas presurosas de seres infinitos,
de trenzas o sombreros... Y tu fuiste escuchado
camino por camino golpeándoles el pecho palabra con palabra.
¡Oh, Walt Whitman de barba candorosa,
alcanzo por los años tu ropa llamarada!                                          

Los hombres avanzaron con su suerte robusta y masculina
sudorosa. Pilotearon los barcos
y los días. En la ruta pelearon con los indios
y las indias. En las noches contaron sus historias
y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas
y caminos. En el valle pusieron diligencias
y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas
y el olor de los pechos precedentes del hacha
y a veces se extraviaron en las sombras
de los vientres de muchachas...
Aquel territorio fue creciendo hacia arriba y hacia abajo.
Rascacielos y minas se iban alejando de la tierra, unidos y distantes.
Los más fuertes, los mas iluminados, los más
capaces de violar un camino, fueron adelante.
Otros quedaron atrás. Pero la marcha
seguida sin sosiego, sin volver la mirada.
Era preciso confianza en si mismo. Era preciso fe.
Y suavemente se forjo la canción:
yo el cow-boy y yo el aventurero
y yo Alvin, yo William con mi nombre y mi suerte de Baraja,
y yo el predicador con mi voz de barítono
y yo la doncella que tengo mi cara
y yo la meretriz que tengo mi contorno
y yo el comerciante, capitán de mi plata
y yo el ser humano
en pos de la fortuna para mi, sobre mí, detrás de mí.
Y con el mundo entero a mis pies, sometido a mi voz,
recogido en mi espalda
y la estatura de la cordillera yo
y las espigas de la llanura yo
y el resplandor de los arado yo
y las orillas de los arroyos yo
y el corazón de la amatista yo
y yo ¡Walt Whitman un cosmos, un hijo de Manhattan...!

¡Secreta maravilla de una historia que nace...!
Con aquel ancho grito fue construida una nación gigante,
Formada de relatos y naciones pequeñas
que entonces se encontraban como el mundo
entre dos grandes mares... Y luego
se ha llenado de golfos, islotes y ballenas
esclavos, argonautas y esquimales...
Por los mares bravíos empezó a transitar el clíper yanqui,
en tierra se elevaron estructuras de aceros,
se escribieron poemas y códigos y mármoles
y aquella nación obtuvo sus ardientes batallas
y sus fechas gloriosas y sus héroes totales
que tenían aun entre los labios la fragancia y el zumo
de la tierra olorosa con que hacían su pan
su trayecto y su equipaje...
Y aquella fue una gran nación de rumbos y albedríos.
Y el yo-la rotación de todos los espejos
sobre una sola imagen-hallo su prodigioso mensaje primitivo
en un inmenso, puro, territorio intachable
que lloraba la ausencia de la palabra mío.                                        

Porque ¿qué ha sido un gran poeta indeclinable
sino un estanque límpido
donde un pueblo descubre su perfecto semblante?
¿Qué ha sido sino un parque sumergido
donde todos los hombres se reconocen
por el lenguaje? ¿Y qué sino una cuerda de infinita guitarra
donde pulsan los dedos de los pueblos
su sencilla, su propia, su fuerte y verdadera canción innumerable?
Por eso tú, numeroso Walt Whitman, que viste y
deliraste la palabra precisa para cantar tu pueblo,
que en medio de la noche dijiste
yo
y el pescador se comprendió en su carpa
y el cazador se oyó en mitad de su disparo
y el leñador se conoció en su hacha
y el labriego en su semblante amarillo sobre el agua
y la doncella en su ciudad futura que crece y que madura bajo la saya
y la meretriz en su fuente de alegría
y el minero de sombra en mis pasos debajo de la patria...
cuando el alto predicador, bajando la cabeza,
entre dos largas manos decía,
yo el pueblo entero se escucha en ti mismo
cuando escuchaba la palabra
yo, Walt Whitman, un cosmos,
¡un hijo de Manhattan...!
Porque tu eras el pueblo, tú eras yo,
y yo era la Democracia, el apellido del pueblo,
y yo era también Walt Whitman, un cosmos, ¡un hijo de Manhattan!                                                                               

Nadie supo que noche desgreñada,
un rostro frió, de bajo celentéreo,
se hallo en una moneda. Que reseco semblante
se pareció de pronto a un circulo metálico y sonoro.
que cara seca vio en circulación de mano en mano
que seca boca dijo de pronto, yo.
y empezó a conjugarse, a cumplirse y a multiplicarse
en todas las monedas.
En moneda de oro, de cobre , de níquel,
en moneda de mano, de venas de vírgenes
de labradores y pastores, de cabreros y albañiles.
Nadie supo quien fue el desceñido primero.
Mas se le vio otra mana comprar la conciencia.
Y del fondo de los ríos, de los barrancos, de la médula
de los arbustos, del filo de las cordilleras,
pasando por torrentes de sudor y de sangre,
surgieron entones los Bancos, los Truts, los monopolios,
las Corporaciones.... Y, cuando nadie lo supo
fueron a dar allí la cara de la niña y el corazón
del aventurero y las cabriolas del cow-boy y los anhelos
del pioneer... y todo aquel inmenso territorio
empezó a circular por las cajas de los Bancos, los libros
de las Corporaciones, las oficinas de los rascacielos,
las maquinas de calcular... y ya:
se le vio una mañana adquirir la gran puerta de la oportunidad
y ya mas nadie tuvo acceso a la palabra mío
y ya mas nadie ha comprendido la palabra yo.                                 

Preguntadlo a la noche y al vino y a la aurora...
Por detrás de las colinas de Vermont, los llanos de las costas
por el ancho Far-West y las montanas Rocallosas,
por el valle de Kentucky y las selvas de Maine.
Atravesad las fabricas de muebles y automóviles, los muelles,
las minas, las casas de apartamentos, los ascensores celestiales,
los lupanares, los instrumentos de los artistas;
buscad un piano oscuro, revolved las cuerdas,
los martillos, el teclado, rompedle el arpa silenciosa
y tiradla sobre los últimos raíles de la madruga... Inútilmente.
No encontrareis el limpio acento de la palabra yo.
Quebrad un teléfono y un disco de baquelita,
arrancadle los alambres a un altoparlante nocturno,
sacad al sol el alma de un violín Stradivarius... Inútilmente.
No encontrareis el limpio acento de la palabra yo
(¡Oh, Walt Whitman de barba desgarrada!)
¡Que de rostros caídos, que de lenguas atadas,
que de vencidos hígados y arterias derrotadas...!
No encontrareis mas nunca el acento sin mancha de la palabra yo.                                                                                          

Ahora, escuchadme bien:
si alguien quiere encontrar de nuevo
la antigua palabra yo
vaya a la calle del oro, vaya a Walt Street.
No preguntéis por MR. Babbitt. El os lo dirá.
- Yo, babbitt, un cosmos,
un hijo de Manhattan. El os lo dirá - Traedme las Antillas.
sobre varios calibres presurosos, sobre cintas
de ametralladoras, sobre los caterpillares de los tanques
traedme las Antillas. Y en medio de un aroma silenciosa
allá viene la isla de Santo Domingo - Traedme la América Central.
Y en medio de un aroma pavorosa
allá viene callada Nicaragua - Traedme la América del Sur
Y en medio de un aroma pesarosa allá viene cojeando Venezuela.
Y en medio de un celeste bogotazo
allá viene cayendo Colombia.
Allá viene cayendo Ecuador.
Allá viene cayendo Brasil.
Allá viene cayendo Puerto Rico.
En medio de un volumen salino
allá viene cayendo Chile...
Vienen todos. Allá vienen cayendo.
Cuba trae su dolo envuelto en un estremecimiento de comparsas.
México trae su rencor envuelto en una sola mirada fronteriza
Y Haití, Uruguay y Paraguay, vienen cayendo.
Y Guatemala, El Salvador y Panamá, vienen cayendo.
Vienen todos. Vienen cayendo
No preguntéis por Mr. Babbit, os lo he dicho.
- Traedme todos esos pueblos en azúcar, en nitrato,
en estaño, en petróleo, en bananas, en almíbar.
traedme todos esos pueblos. No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho. Vienen todos, vienen cayendo.                                            

Si queréis encontrar el duro acento moderno
de la palabra yo
id a Santo Domingo.
Pasad por Nicaragua. Preguntad en Honduras.
Escuchad al Perú, a Bolivia, a la Argentina.
Dondequiera hallaréis un capita sonoro un yo.
Un jefe luminoso un yo, un cosmos,
Un hombre providencial un yo, un cosmos, un hijo de su patria.
Y en medio de la noche fragorosa de la América
escucharéis, detrás de madureces y fragancia
mezclada con sordos quejidos, con blasfemia y gritos,
con sollozos y puños, con largas lágrimas y largas
aristas y maldiciones largas
un yo, Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan.
Una canción antigua convertida en razón de fuerza
entre los engranajes de las factorías, en las calles
de la ciudad. Un yo, un cosmos en las guardarrayas,
Y en los vagones y en los molinos de los centrales.
Una canción antigua convertida en razón de sangre y de miseria
un yo, un Walt Whitman, un cosmos, ¡un hijo de Manhattan ...!                 

Porque
¿qué ha sido la ventura de los pueblos
sino un cambio continuo, un movimiento eterno,
un fuego infinito que se enciende y que se apaga?
¿Qué ha sido sino un chorro incontenido,
espejo ayer de oteros y palmares,
hoy nube blanca? ¿Y que sino una brega infatigable
en que hoy manda un puñado de golosos
y mañana los puños deliciosos,
fragantes y frenéticos del pueblo innumerable?
Por eso tu, innumero, Walt Whitman,
que en mitad de la noche dijiste yo
y el herrero sonoro se descubrió en la llama
y el forjador y el fogonero
y el cuidador del faro, celeste de miradas
y el fundidor y el leñero
y la niña celeste colando la alborada
y el pionero y el bombero
y el cochero y el aventurero y el arriero...
Tú, que en medio de la noche dijiste
Yo, Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan
y un pueblo entero se descubrió en tu lengua
y se lanzo de lleno a construir su casa hoy,
que ha perdido su casa, hoy,
que tiene un puñado de golosos sonrientes y
engreídos, hoy que ha cambiado el fuego infinito que se
enciende y que se apaga
hoy... hoy no te reconoce desgarrado Walt Whitman,
porque tu signo esta guardado en las cajas de los  Bancos,
porque tu voz esta en las islas guardadas por arrecifes
de bayonetas y puñales,
porque tu voz inunda los decretos y los centro de
Beneficencia y los juegos de lotería, porque hoy
cuando un magnate sonrosado, en medio de la noche cósmica,
desenfrenadamente dice yo
detrás de su garganta se escucha el ruido de la muchedumbre
ensangrentada explota refugiada que torvamente dice tú
y escupe sangre entre los engranajes,
en las fronteras y las guardarrayas...
¡Oh, Walt Whitman de barba interminable!                                       

Y ahora ya no es la palabra yo la palabra cumplida
la palabra de toque para empezar el mundo.
Y ahora
ahora es la palabra nosotros.
Y ahora,
ahora es llegada la hora del Contracanto.
Nosotros los ferroviarios, nosotros los estudiantes,
nosotros los mineros, nosotros los campesinos
nosotros los pobres de la tierra,
los pobladores del mundo
los héroes del trabajo cotidiano
con nuestro amor y con nuestros puños,
enamorados de la esperanza.
Nosotros los blancos, los negros y amarillos,
los indios, los cobrizos los moros y morenos
los rojos y aceitunados los rubios y los platinos
unificados por el trabajo por la miseria, por el silencio,
por el grito de un hombre solitario
que en medio de la noche,
con un perfecto látigo, con un salario oscuro,
con un puñal de oro y un semblante de hierro,
desenfrenadamente grita
yo
y siente el eco cristalino de una ducha de sangre
que decididamente se alimenta en nosotros
y en medio de los muelles alejándose
nosotros
y al pie del horizonte de las fabricas
nosotros
y en la flor y en los cuadros y en los túneles
nosotros
y en la alta estructura camino de las orbitas
nosotros
camino de los mármoles
nosotros
camino de las cárceles
nosotros...

Y un día,
en medio del asombro mas grande de la historia,
pasando a través de muros y murallas la risa y la victoria.
encendiendo candiles de jubilo en los ojos
y en los túneles y en los escombros,
¡Oh Walt Whitman de barba nuestra y definitiva!
Nosotros para nosotros, sobre nosotros y delante de nosotros...
Recogeremos puños y semilleros de todos los pueblos
y en carrera de hombros y brazos reunidos
los plantaremos repentinamente
en las calles de Chile, de Ecuador, y Colombia,
de Perú y Paraguay, de El Salvador y Brasil,
en los suburbios de Buenos Aires y de La Habana
y allá en Macorís del Mar, pueblo pequeño y mío
hondo rincón de aguas perdidas en el Caribe,
donde la sangre tiene ciertos rumor de hélices quebrándose en el río...
¡Oh Walt Whitman de estampa proletaria!
Por las calles de Honduras y Uruguay.
Por los campo de Haití y los rumbos de Venezuela.
En plena Guatemala con su joven espiga.
En Costa Rica y en Panamá
En Bolivia, en Jamaica y dondequiera,
dondequiera que un hombre de trabajo
se trague la sonrisa, se muerda la mirada.
escupa la garganta silenciosa
en la faz del fusil y del jornal ¡OH, Walt Whitman!
Blanqueciendo el corazón de nuestros días delante de
nosotros, nosotros y nosotros y nosotros.                                                                                  

¿Por qué queríais escuchar a un poeta?
Estoy hablando con uno y con otros.
Con aquellos que vinieron a apartarlo de su pueblo,
a separarlo de su sangre y de su tierra, a inundarle su camino.
Aquellos que lo inscribieron en el ejercito.
Los que violaron su barba luminosa y le pusieron un  fusil
sobre sus hombros cargados de doncellas y pioneros.
Los que no quieren a Walt Whitman el demócrata,
sino a un tal Whitman atómico y salvaje.
Los que quieren ponerle zapatones
para aplastar la cabeza de los pueblos.
Moler en sangre las sienes de las niñas.
Desintegrar en átomos las fibras del abuelo.
Los que toman la lengua de Walt Whitman
por signo de metralla, por bandera de fuego.
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy
levantados para justificarte!
" - ¡Poetas venidos, levantaos, porque vosotros debéis justificarme!"
Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte.
Aquí estamos por ti pidiendo paz. La paz que requieras
para empujar el mundo con tu canto.
Aquí estamos salvando tus colinas de Vermouth.
tus selvas de Maine, el zumo y la fragancia de tu
tierra, tus guapos con espuelas, tus mazas con sonrisas,
tus rudos mozalbetes camino del riachuelo.
Salvándolos, Walt Whitman, de los traficantes
que toman tu lenguaje por lenguaje de guerra.
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy,
los obreros de hoy, los pioneros de hoy, los campesinos de hoy,
firmes y levantados para justificarte!
¡Oh, Walt Whitman de barba levantada!
Aquí estamos sin barba, sin brazos, sin oídos,
sin fuerzas en los labios, mirando de reojo,
rojo y perseguidos, llenos de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
llenos de coraje, de nudos de soberbia
que a través de los pueblos se desatan,
con tu signo y tu idioma de Walt Whitman
aquí estamos en pie
para justificarte, ¡continuo compañero de Manhattan!

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